Supongo que cada uno tiene un Nasti, que depende de las experiencias, el tiempo y las horas que haya pasado allí. En mi caso son muchas, porque la primera vez que pisé el Nasti aún se llamaba Maravillas, en la pared del escenario había pintada una lavadora como homenaje al disco de Sonic Youth y el techo estaba cubierto de césped artificial y margaritas. Luego llegó el Nasti como lo conocemos hoy, con la cortina roja “lynchiana”, Chema y Carla al frente (Roberto, Edu y Marta los viernes como Barbarella) y una programación que a día de hoy ya quisieran muchos: ahí tocaron Glass Candy antes de que lo petaran con ‘Drive’, Delorean dentro del minifestival Mira mamá soy raro que organizaba Gssh! Gssh! (y Adrián de Alfonso, y Arnau Sala, y Humbert Humbert), 2 Many DJs, Margarita, Los Punsetes, Comets on Fire, El Guincho la misma noche que lo ficharon de XL/Young Turks, Nacho Vegas, Grabba Grabba Tape, Ginferno, Deerhoof… y tantísimos otros, que haría falta un post sólo para recordarlos.
Pero hay otro Nasti, el emocional, ése que los últimos años ha formado parte de mi vida y sin el que no puedo concebir buena parte de esos años: allí no sólo he pasado muchas noches rodeada de amigos (en algún momento he arrastrado a casi todos allí, y a muchos otros conocí entre sus cuatro paredes), sino que gracias a Roberto pasé muchas horas en la cabina del Barbarella e incluso en el ropero (donde probablemente he visto cosas mucho más surrealistas que pinchando poniendo un disco tras otro). Demasiados años,y demasiados buenos recuerdos, como para que no me afecte la noticia del cierre. Habrá que ir el 27 y quemar las naves antes de partir.